Imágenes descoloridas de un pueblo ahora lejano,
rico de calles vacías y de mujeres solas.
Agua que se vuelve río, tiempo que se va.
Niño al espejo, no hay juego que no será.
Llevará el olor del mosto en las calles y
la fiesta en las plazas, los colores del otoño,
zancudos y tragafuegos, malabaristas y estafadores.
Mi corazón se llenaba de tantas emociones.
Vidas consumidas en tomar decisiones.
Y ganas de huir, corazones parados en las estaciones,
ganas de quedarse entre canto y cantinas.
Ahora el último tren ya se fue lejos.
Años que pasaban detrás de las estaciones
luchando con la fe, disolviendo las pasiones,
dando luego la espalda como hacen los hombres fuertes,
ésos que en la vida no aceptan nunca los errores.
Viejo campesino que daba consejos al viento,
sentado en esa puerta con la botella a lado.
Su boca, como un río
desbordado de palabras,
contaba de una mujer,
su más grande amor.
Demasiado vacía la botella, demasiado grande su dolor,
lo encontraron en la mañana de un día sin sol,
lo encontraron con una foto en blanco y negro en la mano,
de esa mujer tan amada, de la que estaba orgulloso.