No sé qué rostro tenía,
tampoco cómo se llamaba;
con qué voz hablaba y con
cuál voz luego cantaba;
cuántos años había visto entonces;
de qué color su cabello.
Pero en la fantasía tengo una imagen suya:
Los héroes son todos jóvenes y hermosos.
Los héroes son todos jóvenes y hermosos.
Los héroes son todos jóvenes y hermosos.
Conozco la época de los hechos,
cuál era su oficio:
los primeros años del siglo,
maquinista ferroviario.
Los tiempos en los que empezaba
la guerra santa de los vagabundos.
Parecía el tren también
un mito de progreso
lanzado sobre los continentes
lanzado sobre los continentes
lanzado sobre los continentes.
Y la locomotora parecía ser
un monstruo extraño,
que el hombre dominaba con el
pensamiento y con la mano.
Rugiendo dejaba detrás distancias que
parecían infinitas.
Parecía tener dentro un poder tremendo,
la misma fuerza que la dinamita
la misma fuerza que la dinamita
la misma fuerza que la dinamita.
Pero otra gran fuerza desplegaba entonces sus alas:
palabras que decían "los seres humanos son todos iguales".
Y contra los reyes y los tiranos explotaba en la vía
la bomba proletaria, e iluminaba el aire
la antorcha de la anarquía
la antorcha de la anarquía
la antorcha de la anarquía.
Un tren todos los días pasaba por su estación,
un tren de lujo, lejana destinación.
Veía gente reverenciada.
Pensaba en esos terciopelos,
en las horas. Pensaba en el magro día
de la gente a su alrededor.
Pensaba un tren lleno de señores.
Pensaba un tren lleno de señores.
Pensaba un tren lleno de señores.
No sé qué pasó, por qué tomó la decisión.
Tal vez una rabia antigua, generaciones sin nombre,
que gritaron venganza y les cegaron el corazón.
Olvidó la piedad. Se olvidó de su bondad.
Su bomba en la máquina de vapor.
Su bomba en la máquina de vapor.
Su bomba en la máquina de vapor.
Y un día como los otros
pero tal vez con más enojo en el cuerpo
pensó que tenía el modo
de arreglar algunos problemas.
Subió sobre el monstruo que dormía,
buscó mandar lejos su miedo,
y antes de pensar en lo que estaba por hacer,
el monstruo devoraba la llanura
el monstruo devoraba la llanura
el monstruo devoraba la llanura.
Corría el otro tren, iluso y casi sin prisa.
Nadie imaginaba estar yendo hacia una venganza.
Pero a la estación de Bolonia llegó la notica como un rayo:
"Noticia de emergencia, actúen con urgencia,
un loco se aventó contra el tren
un loco se aventó contra el tren
un loco se aventó contra el tren..."
Y corre, corre, corre, corre la locomotora.
Y silba el vapor y parece casi cosa viva.
Y parece decirles a los campesinos encovados
con su silbido que se expande en el aire:
"Hermano, no temas, que corro a mi deber.
¡Que triunfe la justicia proletaria!
¡Que triunfe la justicia proletaria!
¡Que triunfe la justicia proletaria!"
Y corre, corre, corre, corre siempre más fuerte.
Y corre, corre, corre, corre hacia la muerte.
Y ahora nada puede contener la inmensa
fuerza destructora. Espera sólo el estruendo,
y luego que llegue el manto
de la gran consoladora
de la gran consoladora
de la gran consoladora.
La historia nos cuenta cómo terminó la carrera.
La máquina desviada a lo largo de una línea muerta.
Con su último grito de animal,
la máquina eructó lapilli y lava.
Lo recogieron que todavía respiraba.
Lo recogieron que todavía respiraba.
Lo recogieron que todavía respiraba.
Pero a nosotros nos gusta pensarlo aun
detrás del motor, mientras hace
correr lejos la máquina de vapor.
Y que nos llegue un día de nuevo la noticia
de una locomotora, como una cosa viva,
lanzada como bomba contra la injusticia
lanzada como bomba contra la injusticia
lanzada como bomba contra la injusticia.