En Bettola estaba cayendo la noche
y Lilli estaba lista para irse a dormir.
Arrieros y refugiados por el toque de queda
regresaban a buscar un resguardo.
Era el 44 sobre los montes de Reggio,
la noche de San Juan.
La patrulla descubrió a tres partisanos
que habían venido para destruir el puente.
Los partisanos mataron a un alemán pero otro dio la alarma.
El comando de las SS decidió tomar una represalia ejemplar.
En la noche los soldados armados de metralla fueron casa por casa.
Tenían la orden de matar a todos: hombres, mujeres y niños.
Los despertaron y los reunieron en la cocina. Luego dispararon una ráfaga.
Lilli cayó entre su abuelito y su abuelita, cubierta en su propia sangre y la de ellos.
Los soldados habían llevado gasolina y quemaron las casas.
Pero Lilli estaba viva, logró llegar a la ventana y dejarse caer.
Pero la casa se quemaba y se iba a caer
sobre Lilli como un tiro de gracia.
Es muy difícil escapar lejos
con 11 años y con la garganta herida.
Y escuchaba los gritos mezclados con los disparos
y a los animales bufar enloquecidos.
Y las voces metálicas de los oficiales.
Y sentía el calor del fuego.
La encontraron sólo hasta el amanecer,
herida, quemada, pero viva.
El cartero la subió a la bicicleta
y la llevó con sus parientes en el campo.
Luego Lilli se curó y la guerra terminó,
y los alemanes se fueron.
Pero por muchos años soñó los disparos
y no le salía la voz.
Ahora Lilli vive una vida serena y es abuela de muchos nietos,
pero a veces se despierta con los ojos abiertos en la oscuridad
y vuelve a ver a Bettola en llamas.
Música buena para todas las lenguas 