Utopía tenía una hermana mayor
que se llamaba Verdad Sin Error.
Lanzaba seguido un papalote al viento,
sobre el cual estaba escrito "libertad" con acento.
Las dos hermanas transcurrían el tiempo
sin detenerse ni siquiera un momento,
enredadas siempre en ese papalote,
si saber, saber razón.
Pero demasiado débiles los brazos de las hadas,
y demasiado finos esos dedos delicados,
arrancó el hilo el fuerte viento ese día
y el papalote no tuvo retorno.
Aquel incidente borró la magia,
las dos hermanas separaron el camino.
Utopía fue por el mundo buscando
y Verdad ya pensaba en casarse.
La Verdad se casaba con el Tiempo.
También Utopía fue invitada al evento.
—No te cases, permanece libre, ¿qué temes?
¡Mira que las palabras son semillas!
—Que las palabras son semillas, tienes razón.
Pero para florecer no es ya la estación.
—El tuyo no es un matrimonio de afecto.
Te pesará esta casa y esa cama.
Mientras Utopía se iba lejos alegremente
porque veía el futuro presente,
Verdad susurraba con la cabeza agachada:
"Estás confundiendo el deseo y el destino".
Y el ánimo corrió como lo hace un torrente
cambiando de signo pasado y presente.
Utopía cada noche un hombre amaba
y al alba lo abandonaba.
En cuanto a Verdad, según se dice,
el matrimonio no fue nunca feliz.
El Tiempo no es un marido ideal:
avaro, viejo, incluso brutal.
Pero en el fondo, en el fondo, algo tuvo:
con muchos amantes lo volvió cornudo.
Y al final de la infidelidad
se quedó con la herencia.
Mientras, Utopía, que no tiene un dueño,
tiene cien mil amantes sin alguna razón.
Sigue desde siempre vagando en el llano,
pero el papalote ya no lo ha encontrado.
Música buena para todas las lenguas 