Había un tipo que vivía en un desván
para tener el cielo siempre cerca.
Quería pasar sobre la vida como un avión
porque a él no le importaba nada
de lo que hacía la gente.
Sólo una cosa era importante para él.
Y se ejercitaba continuamente
para desarrollar ese talento latente
que está escondido entre los pliegues de la mente.
Y de noche, acostado sobre la cama, mirando las estrellas,
desde la ventana en el techo con un mensaje
quería hacer contacto.
Decía:
Extraterrestre, llévame lejos,
quiero una estrella
que sea toda mía.
Extraterrestre, ven a buscarme,
quiero un planeta
sobre el cual empezar de nuevo.
Una noche su mensaje fue recibido
y en un instante fue transportado
sin dolor a un planeta desconocido.
El cielo, un poco más violeta de lo normal.
Un poco más caliente el sol.
Pero en el aire
un buen sabor.
Tierra por explorar
y después de la tierra el mar;
un planeta entero
con el cual jugar.
Y lentamente la consciencia
mezclada con una dulce seguridad:
"El universo es mi fortaleza".
Extraterrestre, llévame lejos,
quiero una estrella
que sea toda mía.
Extraterrestre, ven a llevarme,
quiero un planeta
sobre el cual empezar de nuevo.
Pero después de un tiempo
su seguridad empieza a dar señales de incerteza,
se siente crecer dentro la amargura.
Porque ahora que su objetivo fue realizado,
todavía se siente vacío,
se da cuenta de que en él
nada ha cambiado;
que sus miedos no se fueron,
más bien al contrario,
que aumentaron,
por la soledad amplificados.
Y ahora pasa la vida buscando
de nuevo comunicarse
con alguien que lo pueda hacer volver.
Dice:
Extraterrestre, llévame lejos,
quiero volver a mi casa.
Extraterrestre, ven a buscarme,
quiero volver para empezar de nuevo.
Extraterrestre, llévame lejos,
quiero volver a mi casa.
Extraterrestre, no me abandones,
quiero volver para empezar de nuevo.