Con el viento subterráneo
que anticipa el metro
llegando sobre las vías,
hay solo un pasajero.
Tiene unos ojos color bronce,
bronce oxidado
bajo la intemperie,
entre el azul claro y el verde
de un semáforo.
Y huele como un príncipe
decaído y estrellado
que perdió el reino en una noche
frente a una máquina tragamonedas.
Tengo mil millones de pixeles
sin ser Spielberg.
¿A dónde vas?
Que te estoy fotografiando
como si fueras el auténtico
Marlon Brando
(Marlon Brando).
Hay frases escondidas
dentro de ataques de tos como los tuyos,
confesiones casi místicas.
Si me obligaran,
en un dios no creería nunca.
Y lamento que tú estés
por bajarte en esta parada.
Respiro fragmentos de vida
volando en el aire
pesado y viciado.
Los aparadores inteligentes
me leen los labios.
Eviten los comentarios
cuando se acerquen.
Cuántas calles abandonadas
de repente
después de las 20:00 horas.
Hacer una lista de asistentes
es una formalidad.
Tengo mil millones de pixeles
sin ser Spielberg.
¿Por qué
me controlo poco y lloro
incluso en este estudio
mientras canto
(canto)?
No es culpa del mixer
si tengo la voz más triste.
Tú lo sabes,
no te acerques, es mejor que
uno se conozca primero por
el daño que me harás.
Cualquier cosa que tú estés
pensando se queda suspendida.
El enojo que siento se expande
durante la espera.
No es culpa del mixer
si tengo la voz más triste.
Tú lo sabes,
no te acerques, es mejor que
uno se conozca primero por
el daño que me harás.
Cualquier cosa que tú estés
pensando se queda confusa.
Del corazón nunca te ha salido
un instinto espontáneo
de pedir disculpas.